sábado, 30 de mayo de 2009

Frosti

martes, 19 de mayo de 2009

El tambor de hojalata


En estos días he pensado en el Tambor de Hojalata. No he leído la obra pero hace años vi la adaptación cinematográfica del alemán Volker Schlöndorff y me pareció asombrosa. Una alegoría de la época conflictiva, llena de tensión, ambiente de ira, miedos y enfrentamientos sociales durante el ascenso del partido nazi al poder. 

Oscar es un niño que aterrado al ver el comportamiento de su familia y el mundo de los adultos, decide, con repudio, no pertenecer a él. Un día, coloca a salvo el tambor que le regaló su madre (elemento principal de la historia) y se lanza desde unas escaleras hasta un sótano perdiendo así,  cierta hormona del crecimiento. 

El tambor es un bello símbolo de impotencia y expresión en momentos de opresión, represión y horror. A veces el niño también grita, y su tono de voz es tan agudo que rompe los vidrios que circundan. 

He sabido de gente que denuncia el filme con adjetivos como barbáro, brutal y pornográfico (también leí comentarios de ese tipo en los videos de youtube que linkeo abajo), y a pesar de que sí tiene escenas muy crudas y quizá poco gratificantes para muchos, también es cierto que es una visión particular, plasmada en un lenguaje audiovisual, tal vez, de mucha dureza, pero válido dentro de la amplísima estética de la violencia, como descarga dentro de tanta coacción político-social.

La película, con un tinte surrealista, está llena de metáforas maravillosas e imágenes atroces. Una de las situaciones que recuerdo con mucha impresión, es la de la depresiva madre quien aborrece nauseabundamente la comida del mar, pero en momentos de agobio pretende redimirse hartándose de pescado crudo, hasta que muere.

Pero la analogía que aquí me atañe es el tambor como representación de la expresión individual. Y le he dado vueltas a ésto. A sus límites (si acaso los tiene) y sus formas. En la importancia de aprender a moldear el horror dentro de la creación, independientemente de la infinidad de maneras en las que  ésta puede ser realizada, para que así no resulte tan repulsiva y dañina. Aunque hay quienes disfrutan ese tipo de resultados grotescos. "De todo hay en esta viña del Señor", dicen y se respeta. A la inteligencia le gusta la variedad, las diferencias. Todo debe tener su espacio. No todos pensamos igual ni hemos tenido las mismas experiencias. Y quizá debemos ir aprendiendo a tolerar cada vez más el estilo -o estilos- de comunicación ajena que además, siempre está en movimiento y cambio. Tolerar no creo que sea dejar de opinar, sino buscar el modo de no menoscabar al otro, a menos que lo que se disfrute sea el sadismo o la destrucción literal. Pero de eso ya tenemos demasiado en estos tiempos.


Hubo un momento en que Oscar decidió separarse de su tamborcito. Él mismo decidió que ya era grande -en edad más no en tamaño- y lo tiró en la fosa de su padre. También creo en este deber, pero sobre todo, en este derecho de elegir individualmente el momento adecuado de sustituirlo por otro artilugio de enunciación. El tambor, no los gritos. El tambor es amparo, socorro, compañía, necesidad y libertad de expresión, mientras que los gritos arruinan todo. Con el tambor se sugiere, con los gritos se escandaliza. Creo que es una responsabilidad, con el otro y el oído ajeno, dejar de gritar.  Lo que queda, pues, es tratar de comprender qué es el tambor y qué son los gritos para el otro, que no siempre significará lo mismo para uno. 

Bueno, eso por ahora, si se me ocurre otra cosa más adelante la agregaré. Disfrutemos de la percusión entonces. 



Tambor:





Gritos:





lunes, 11 de mayo de 2009

domingo, 3 de mayo de 2009

Intento de orfandad- (Jacqueline Goldberg)

Fotografía: Arden McDonald


Los viajes dicen de mí como algo aparte,

pero no se trata de huir sino de hacerme en otro lado.


Me aturde la permanencia de ciertos hogares,

lamer afilados trechos con los hombros desgajados.


Jamás me aproximé a las acequias

por temor a una intemperie definitiva.


Quiero emprender aún algunos itinerarios:

ir a una isla en cuyo centro

haya un lago y en él otra isla.

Atravesar un desierto abrumado de cuervos,

un monte de ataúdes.


No exijan que relate la brevedad de una lágrima,

que me destile en frases aumentadas.


Desconozco de qué bilis proviene el hartazgo,

cuál es el brebaje indispensable para aquietarme.


De los viajes mastico el caudal que me conduce,

de los regresos he copiado la espesura.


Toda travesía es intento de orfandad.


(Jacqueline Goldberg, en Verbos predadores. 2007. Venezuela)

http://jacquelinegoldberg-poesia.blogspot.com/